20081027 - Santander
Hay que aprovechar los momentos en los que el curro te manda a algún lado para poder ver otras ciudades, aunque sea a unas horas un poco raras y para ello tengas que hacer deporte (lo cual sea dicho de paso no me va mal del todo ya que así entreno y me mantengo en forma).
En estos dos días me encuentro en Santander ya que tenemos que hablar con el cliente y ya que ayer lunes salí pronto, me concedí el momento de irme a entrenar por Santander (que para eso iba a trabajar luego mientras veía a “H”). Desde el hotel me metí por una calle que me llevó al casino y de ahí tiré hacia la izquierda por los Jardines de Piquío. Luego ya hice lo que quería hacer desde el principio: me bajé a la playa y correteé por ella aprovechando que la marea estaba baja. Llegué hasta el final del Sardinero, me di la vuelta y luego me acerqué hasta la playa del Camello aunque a esta no bajé porque la verdad es que estaba bastante oscuro (en la del Sardinero se veía bastante bien). Luego volví a subir la cuesta, me perdí un poco (gajes del oficio que fuese de noche tan pronto con esto del cambio de hora), y finalmente llegué de nuevo al hotel. No está mal, al final hice unos tres cuartos de hora e hice un entrenamiento con cuestas tramos por arena de playa (que siempre fortalece las piernas).
Lo mejor de todo, la sonrisa de gilipollas que se me puso en cuanto puse los pies en la playa y es que me encanta el mar, y verlo ahí un poco bravucón (está lloviendo) hace ver unas pequeñas olillas. Además esa sensación de “la playa es mía” (salvo a tres paseantes, estaba más sola que la una) hace que te ese entrenamiento se haga especial. Y es que en Madrid no se puede correr durante veinte minutos en paralelo a la playa dándote la brisa marina en la cara, y eso, se echa de menos.
En estos dos días me encuentro en Santander ya que tenemos que hablar con el cliente y ya que ayer lunes salí pronto, me concedí el momento de irme a entrenar por Santander (que para eso iba a trabajar luego mientras veía a “H”). Desde el hotel me metí por una calle que me llevó al casino y de ahí tiré hacia la izquierda por los Jardines de Piquío. Luego ya hice lo que quería hacer desde el principio: me bajé a la playa y correteé por ella aprovechando que la marea estaba baja. Llegué hasta el final del Sardinero, me di la vuelta y luego me acerqué hasta la playa del Camello aunque a esta no bajé porque la verdad es que estaba bastante oscuro (en la del Sardinero se veía bastante bien). Luego volví a subir la cuesta, me perdí un poco (gajes del oficio que fuese de noche tan pronto con esto del cambio de hora), y finalmente llegué de nuevo al hotel. No está mal, al final hice unos tres cuartos de hora e hice un entrenamiento con cuestas tramos por arena de playa (que siempre fortalece las piernas).
Lo mejor de todo, la sonrisa de gilipollas que se me puso en cuanto puse los pies en la playa y es que me encanta el mar, y verlo ahí un poco bravucón (está lloviendo) hace ver unas pequeñas olillas. Además esa sensación de “la playa es mía” (salvo a tres paseantes, estaba más sola que la una) hace que te ese entrenamiento se haga especial. Y es que en Madrid no se puede correr durante veinte minutos en paralelo a la playa dándote la brisa marina en la cara, y eso, se echa de menos.
3 comentarios:
Qué guay lo de poder correr por la playa. No hay nada como un viajecito de estos (aunque sea por trabajo) para poder disfrutar de cosas así como un entrenamiento en la playa.
Te veo muy centrada en los entrenamientos, felicidades. A ver si me copio de ti y me pongo yo tb en serio con los míos...
De centrada nada. Este finde no he hecho nada de nada y hoy ya no me inscribo en la media de Moratalaz del finde que viene.
Intentaré volver a la carretera :(
Saludicos,
CRISIS
un poco de naturaleza se agradece
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